4 de octubre de 2010



"Dígame qué hago"
Cuestiones, problemas, puntuaciones para el SEMINARIO INTERNACIONAL 2011
texto expuesto en el marco de las III Jornadas del Departamento de Psicoanálisis con Niños NRC-CIEC, realizadas en Córdoba, agosto de 2010
En primer lugar queremos agradecer al Departamento de Investigación de Psicoanálisis con Niños – Nueva Red Cereda-  a su coordinadora Gabriela Dargenton y a sus responsables,  la oportunidad de presentar junto a Beatriz Gregoret nuestro próximo Seminario Internacional 2011.
El CIEC en su carácter de instituto clínico de enseñanza e investigación desde hace años inscribe su Seminario  Internacional en una serie cuyo propósito es el estudio, la reflexión y el debate de temas epistémicos, clínicos y políticos  actuales, abordados por invitados internacionales que vienen a Córdoba con el fin de  brindar una enseñanza desde los fundamentos del psicoanálisis.
Desde el año 2009, el Seminario Internacional se realiza bianualmente y para este nuevo acontecimiento contaremos con la presencia de Marie Hélène Brousse.
El tema que nos convocará será el Superyo, desde distintos abordajes: Clínica, Política y Ética.
Nos encontraremos entonces con una preciosa oportunidad para repasar, revisar y profundizar este concepto del psicoanálisis y poder así, extraer toda su utilidad para la interpretación de los fenómenos actuales en las vertientes mencionadas.
Hoy quisiéramos dejar planteados algunos interrogantes, preguntas abiertas para comenzar con  el estudio de este tema,  a partir de algunos trazos  que, con Beatriz, hemos pensado.

Algunas puntuaciones  para el estudio del concepto de Superyo

El Superyo es uno de los nombres del inconsciente. Pero no es el inconsciente como sorpresa, al modo del lapsus, ni es un inconsciente divertido como en el chiste y en algunos actos fallidos. El  Superyo es el inconsciente como ley.

Freud lo introduce en la teoría psicoanalítica con el fin de dar cuenta de la coacción que ejerce sobre el sujeto.  De lo que aparece para éste, como cuerpo extraño en el síntoma, como “la opacidad del síntoma”.

Nace como una instancia vinculada a la instauración de la prohibición del incesto y la represión de las tendencias agresivas.

Y  esto implica una cuestión paradójica: gracias al Superyo, el sujeto  introduce en su vida una serie de valores, normas éticas y morales. Al mismo tiempo,  se apega a algo que no colabora con su bienestar, que lo hace sufrir.  Y por eso Freud lo incluye en la misma línea que el masoquismo primordial y la pulsión de muerte.

Veamos como llega a esto.

Ya en “Tótem y tabú” (1913), tomando el nombre de conciencia moral, sin nombrarlo como Superyo, se trata de la percepción interior de que desestimamos determinadas mociones de deseo. Esta desestimación no necesita invocar ninguna razón. Se presenta como una instancia caprichosa y tirana, que prescinde de justificaciones y razones.

En “Introducción del Narcisismo” (1914) planteará que la conciencia moral es, primero, una encarnación de la crítica parental, agenciada por las voces escuchadas, a la que posteriormente se le sumarán los educadores, maestros y demás personas, a modo de “enjambre indeterminado”.

De allí que Freud relacione esta vía con el sentimiento de culpabilidad y la angustia que éste conlleva.

En “El yo y el Ello” (1923) aparece el Superyo como equivalente al ideal del yo que luego cobrará carácter de instancia prohibidora. Es decir, el Superyo es aquello que instala al sujeto en la cultura, articulado a la prohibición del incesto, en representación del padre. Este es el heredero del complejo de Edipo y Freud nos dice que el Superyo conserva su carácter y que toma prestada su fuerza.

Sin embargo, si bien Freud no abandonará esta idea del Superyo ligado a la socialización, en dicho texto lo presentará como ligado a algo más.

En este texto, nos dirá que el Superyo se forma desde identificaciones que toman el relevo de investiduras del Ello, resignadas. Estas identificaciones se comportan como una instancia particular dentro del Yo y se contraponen a éste como Superyo.

El Superyo, entonces, será la reencarnación de anteriores formaciones yoicas que han dejado su sedimento en el Ello. Por eso, e mantiene duradera afinidad con el Ello y puede subrogarlo frente al Yo. Se sumerge profundamente en el ello, por lo que está mucho más distanciado de la conciencia, y esto Freud lo asocia directamente a la reacción terapéutica negativa.

Sostiene que en estas personas prevalece la necesidad de estar enfermos. Se trata de un sentimiento de culpa que halla su satisfacción en la enfermedad y en el no querer renunciar a su castigo del padecer.

Y este sentimiento de culpa es mudo. El sujeto no se siente culpable, sino enfermo.

El Superyo se comporta como si el yo fuera el responsable de esto. Así, el yo debe defenderse en vano de las insinuaciones del ello agresivo por un lado y de los reproches del Superyo castigador, por el otro. El resultado: un automartirio interminable.

Por otro lado, Freud nos dirá que el Superyo se engendra, además, por identificación paterna. Estas identificaciones conllevan una desexualización o una sublimación y a raíz de esta transposición, se produce una desmezcla de pulsiones. Tras la sublimación, el componente erótico ya no posee más la fuerza para ligar toda la destrucción aleada con él, y ésta se libera como agresión. Sería de esta desmezcla de donde el Superyo extrae este contenido cruel del imperioso deber-ser.

De este modo,  el Superyo debe su ubicación particular dentro del yo a un factor que tiene dos vertientes: la primera es la identificación inicial, ocurrida cuando el yo era todavía endeble, y la segunda como heredero del complejo de Edipo. Sin embargo, conserva a lo largo de la vida su carácter de origen, la facultad de contraponerse al yo y dominarlo. Así el Yo se somete al imperativo categórico de su Superyo.

 En “El Problema económico del masoquismo” (1924) Freud plantea, también, la existencia de la mezcla de pulsiones, atribuyendo la peligrosidad que reside en el Superyo a que éste desciende de la pulsión de muerte. Pero como, por otra parte, tiene valor de un componente erótico, ni  aun la autodestrucción del sujeto puede producirse sin satisfacción libidinosa.

Así, señala, que para provocar el castigo, algunos sujetos se ven obligados a hacer cosas inapropiadas, a trabajar en contra de su propio beneficio.

La reversión del sadismo hacia la persona propia ocurre a raíz de la sofocación cultural de las pulsiones. Esa parte relegada de la pulsión de destrucción sale a la luz como masoquismo del Yo.

Es decir, que cuanto más renuncia la pulsión, más se satisface y más culpable se siente el sujeto. Esto lo lleva a Freud a plantear que no es la conciencia moral la que impone la renuncia, sino que es ésta la que instala la conciencia moral.

Ahora bien, El Superyo es un enigma en la enseñanza de Lacan. Jacques-Alain Miller nos dice que mientras sus desarrollos sobre el Yo son muy conocidos, no hay nada en la enseñanza de Lacan relacionado específicamente al Superyo.

Pero sí hay algo que dice muy claramente y es: El Superyo hace gozar.

También nos señala que los postfreudianos  se perdieron cuando creyeron imaginar que el Superyo estaba solo articulado con el deseo, que su función  era solamente prohibir el deseo y sostener una función de socialización. Cuando, en realidad, el Superyo se opone al deseo en tanto exhortación imperativa al goce. Y como sabemos, Deseo y goce son antinómicos.

El Superyo, entonces, posee dos vertientes, la de la ley socializadora, pero también la de la ley insensata.

Al ser un imperativo, es coherente con la noción de ley, es decir con el sistema de la palabra. Pero también tiene un sentido contrario, insensato, ciego, de pura tiranía. Que empuja, a veces, sin significantes.

Y esta vertiente, se  identifica con la figura feroz.

Por eso, Lacan sostiene que este imperativo se trata del mandato ¡goza! Se trata del Otro que le ordena al sujeto a gozar. Así, el Superyo es la voluntad del goce y no la voluntad del sujeto, es la voluntad del Otro.  Relacionado con la voz y, por lo tanto, con la pulsión invocante.

˜˜˜˜

Hasta aquí, algunas puntuaciones teórico clínicas que nos permiten preguntarnos:
¿Como podemos pensar las patologías de la época, ciertos fenómenos y prácticas sociales, a la luz de este concepto?

¿Se trata del mismo Superyo, el freudiano, el lacaniano, el de la hipermodernidad?

Dejaré esta pregunta abierta para la continuación de nuestro estudio y antes de darle la palabra a Beatriz, presentaré la hipótesis que Marie-Hélène Brousse construye y propone.
Su hipótesis es la siguiente:
“El Yo ideal (el de la fragmentación) va reemplazando mas y mas al Ideal del Yo por medio de la ciencia”.
“La decadencia del Ideal del yo y el desarrollo del Yo ideal, hace de este Yo ideal la única norma de una imagen del cuerpo cortada del Otro de la palabra”.
Dejo planteada, entonces, esta enunciación de Brousse.

 


Mariana Gómez
Coordinadora Área Difusión

REFERENCIAS


¨       Aleman, J. Intervención. Seminario-Coloquio. Colegio Freudiano de Córdoba. Diciembre 1999
¨       Freud, S. Totem y Tabú, T. XIII
                      Introducción del Narcisismo, T. XIV
                      El Yo y el Ello, T. XIX
                      El problema económico del masoquismo, T. XIX
                      Malestar en la cultura, T. XXI
                      Amorrortu Editores, Bs. As. 1993
¨       Lacan, J. Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en Escritos, Tomo I, Editorial Siglo XXI, México, 1985
¨       Lacan, J. El Seminario. Libro I, Los escritos técnicos de Freud. Ed. Paidós. Barcelona, 1995
¨       Lacan, J. El Seminario. Libro II, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Ed. Paidós, Barcelona, 1995
¨       Miller, J.A. Recorrido de Lacan. Ocho conferencias. Ed. Manantial, Bs. As. 1994.